Gran parte de nuestra historia reciente ha significado un decaimiento de la política como ideología. Un apocalíptico colapso de los partidos ha dejado a la saga una heterogénea movilidad de pequeños grupos e individuos que exaltan temporalmente la ilusión de cambio. Al derrumbe del Frente Nacional le siguió la desintegración más gradual de los partidos. Y los fallidos intentos de la izquierda por hacerse a una identidad, tanto como la devaluación ideológica insurgente, completan un cuadro vacío de pasión política en Colombia.
Si bien lo que queda de los partidos colapsa, en gran parte del país predomina una benevolente ideología personificada en Uribe. Su elemento central es la creencia de que el Estado Comunitario puede proporcionar un crecimiento económico estable, seguridad ciudadana y protección a la propiedad privada. No todos se alegran con esta cosas, pero la gente de las encuestas lo cree ganador para otro período. El conservatismo, e incluso muchos liberales, comienzan a adoptar sus postulados como doctrina.
Sin embargo, pese a sus logros, el Estado Comunitario se va agotando a sí mismo. Sencillamente ha sido demasiado personalizado como para seguir siendo una fuerza de cambio. Demostrando niveles primarios de politiquería, la campaña para la reelección ha creado rigideces, y una mayor burocratización. El crecimiento de la economía identifica una asimetría entre el mejoramiento de una clase social empresarial y la pobre calidad de vida de una mayoría.
Algo en común tiene el presidente Uribe con Ronald Reagan, sus consignas de gobierno no hacen parte realmente de una ideología, sino más bien de una reacción visceral al estancamiento de los gobiernos anteriores. Un intento por soltar la camisa burocrática del estado y revelar que no todo lo que sale de la benevolencia estatal es bueno. Pero entre el neoliberalismo de Reagan y el Estado Comunitario de Uribe, existe una ruidosa coherencia reactiva. Ambos intentar el resurgimiento de la política desde valores en donde la propiedad, la familia y el Estado, representan un todo orgánico.
Este cambio de rumbo político coincide con un nuevo auge de apertura a los mercados. Y los negociadores gringos comienzan a mostrar sus dientes afilados. El uribismo, sumado a los fenómenos de crecimiento económico, podrá tener muchas consecuencias liberadoras, pero la combinación con una negociación que otorgue ventajas proteccionistas, genera tanto perdedores como ganadores. Estamos progresando y retrocediendo a la vez en medio de un círculo donde la mercadotecnia le gana a la política.
¿Quién hará retroceder esta maquinaria? Recordemos que a finales de los 90, en casi todo el mundo la escena política llegó a estar dominada por el deseo de combinar la competitividad y la creación de riqueza inducida por el crecimiento, por un lado, y la solidaridad, la justicia y la cohesión social, por otro. Ambos objetivos siguen vigentes y se deberían lograr. Este es el principal objetivo político en una sociedad libre y, en principio, es aceptable que las instituciones políticas trabajen con este objetivo.
Sin embargo, al intentar convertirlo en parte de un nuevo edificio ideológico, los partidos diluyen sus diferencias. Y aquí reside nuestra crisis. Creyeron que se trataba del amanecer de una nueva era social y por cierto siguen intentando probar sus argumentos. El liberalismo con la internacional socialista y la social democracia. Los conservadores, sin quedarse atrás, reclaman el derecho al Estado Comunitario de Uribe. El Polo navega todavía en aguas turbulentas. Y la nueva ideología en política cuesta un desayuno.
Todo esto no augura un cambio de dirección política. Si Peñalosa diera paso a Mockus, o el Polo a Navarro, incluso si el presidente Uribe perdiera frente a cualquier oponente, esto no implicaría el inicio de una nueva era. A nivel de la más elemental interpretación el único y exclusivo problema de la mayoría de colombianos sigue siendo el mismo: cómo proporcionar una base sustentable para el crecimiento económico con el competitivo clima del mercado global, al tiempo que se mantiene la solidaridad y el sentido de equidad en toda la sociedad. La clave de gobernar bien depende de la cuadratura de este círculo.
Sería un giro ideológico significativo, si no fuera por los viejos desafíos que surgen de las tentaciones desequilibrantes del conflicto armado. Las versiones de una lucha popular insurgente que ha quedado desteñida por los capitales circulantes del narcotráfico; y los nuevos redentores de Santa Fe de Ralito, que se niegan a reconocer el integrismo negativo de la coca y las armas. Sobre esta superficie áspera nos movemos.
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