Es un proceso dinámico de modernización para lograr una mayor eficiencia en la producción que a su vez permita producir y exportar a menor costo, ser competitivos en los mercados internacionales, hacer más rica la economía y así generar más empleos. Es también la internacionalización de la economía para producir y exportar más a menores costos e importar con el criterio de regular los precios de la industria nacional. A través de este proceso se pretende acelerar el mejoramiento del bienestar de la población. La apertura busca modernizar la industria y demás sectores en sus procesos productivos y tecnificar y llegar al consumidor local con productos de buena calidad, cuyos precios se asemejen a los del mercado internacional. El grado de apertura de una economía se mide por la relación M/PIB. M Importaciones. PIB Producto Interno Bruto.
Nuestras sociedades capitalistas pueden estar siendo amenazadas de manera grave por el excesivo individualismo, indica George Soros (1997:7): “Demasiada competencia y escasa cooperación pueden causar intolerables injusticias e inestabilidad. La convicción predominante en nuestra sociedad no es otra que la fe en la magia del mercado. La doctrina del capitalismo leseferiano sostiene que el bien común se sirve mejor mediante la persecución sin restricciones del interés personal. A menos que éste se modere gracias al reconocimiento de un interés común, que debe tener precedencia sobre el particular, este sistema está expuesto a derrumbarse”. La advertencia de Soros parece estar volviéndose realidad en nuestros países latinoamericanos y, en particular, en Colombia, ante la aceptación acrítica del dogma del mercado como fundamento del desarrollo. Debido a la política neoliberal, dice Chomsky (1994:12), en Latinoamérica, hoy, cuando se practican las políticas del mercado libre, el abismo entre ricos y pobres se ha duplicado respecto de 1960; mientras tanto, veinte de los veinticuatro países industriales son más proteccionistas hoy que hace una década.
Desde los países en desarrollo se denuncia cada vez con mayor insistencia que “la apertura de los mercados está traduciéndose en la destrucción de sus sistemas productivos, en la bancarrota de las pequeñas y medianas empresas, en el empobrecimiento de los agricultores, en la concentración aberrante de la riqueza y del ingreso, en la disminución de los salarios reales de la mayoría de los trabajadores y en la extensión de la pobreza y la miseria en proporciones lacerantes” (Agudelo Villa. 1997:4).
Consecuencias:
Son muy distintas las consecuencias de la globalización con base en el mercado para los distintos niveles de desarrollo de los países. Son alentadoras y y enriquecedoras para las naciones industrializadas que entraron a la globalización con privilegios y muchas precauciones. “Conocidos son sus subsidios a la producción agrícola, sus apoyos financieros e incluso políticos a sus exportaciones. Sus ventajas en materia de infraestructura y capacitación” (Espinosa. 1997:5A). Mientras que para otros se traducen en pobreza y conflicto, en detrimento grave de la producción y del número y la calidad del empleo. “El hecho de no haberse creado ni un solo empleo industrial de 1991 a 1995, tendencia en trance de agravarse, era y sigue siendo un claro síntoma de las consecuencias de la apertura comercial indiscriminada” (Espinosa. 1996:5A). Lo es así mismo la pérdida de más de 230 mil empleos en el campo y su desplazamiento al cultivo de la coca, o a engrosar los grupos guerrilleros, o de marginalidad en las ciudades.
Hemos asistido a un incremento acelerado del desempleo como consecuencia del desastre del sector agrario; de la modernización industrial; del quiebre de numerosas pequeñas, medianas y aún grandes empresas, afectadas de manera grave por el contrabando. Los procesos de privatización no se han traducido en condiciones para el desarrollo social sino en procesos de mayor concentración de la riqueza en grandes monopolios, y en el Estado han servido para cubrir parte del déficit del alto gasto público.
La apertura hacia los mercados internacionales ha terminado traducida en apertura para que el mercado internacional penetre y golpee nuestro sector productivo, con consecuencias sociales cada vez más graves. “No parece extraño que la primera transferencia instantánea y masiva, haya sido de puestos de trabajo de los países subdesarrollados a los desarrollados. O que la apertura comercial haya sido primordialmente hacia adentro” (Espinosa. 1997: 5A), causándose con ello un incremento del endeudamiento para cubrir el déficit comercial en contra de la inversión productiva y social. Hoy América Latina está casi tres veces más endeudada que cuando en 1982 se inició la crisis de la deuda, su proporción en el mercado mundial se ha reducido y el número de sus pobres hoy sobrepasan los 200 millones.
“Lejos de consolidar la competencia, el mercado conduce a una mayor concentración del poder económico, de la tecnología y de la información. La ‘libre competencia’ fortalece las tendencias al monopolio” (Mora Lomeli. 1993: 30). “La riqueza ciertamente se acumula en manos de sus poseedores, y si no hay mecanismo de redistribución, las injusticias pueden volverse intolerables. ‘El dinero es como el estiercol: no sirve si no se extiende’. Bacon fue un profundo economista” (Soros. 1997: 8). El mercado abandonado a su propia suerte no redistribuye el ingreso. “Se puede sanear la economía. Lo que no se logra automáticamente es insertar a millones de personas marginadas a la vida económica, social y cultural” (Ossa y Flores. 1994: 6B).
Mientras Europa comienza a replantearse la necesidad de integrar desarrollo económico y desarrollo social, América Latina sigue creyendo ciegamente en el mandamiento del mercado. No hay aún espacio para la duda.
Sigue vigente la condena que se hizo en Puebla de la sociedad contemporánea: “Ricos cada vez más ricos, a costa de pobres cada vez más pobres” (Mora Lomeli.1993: 27).
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